ARTE EN TIEMPOS DE IA

La tarde-noche de los martes la dedico al dibujo. Paso casi tres horas en un taller cerca de casa, que me obliga a centrar toda mi atención en una actividad analógica y eminentemente creativa. Una realidad paralela a mi día a día, que conecta intrínsecamente con mis pulsiones más primarias y con una forma de vínculo con la vida que no he logrado activar con otras actividades.

No soy buena dibujante, ni artista, ni le dedico el tiempo que una disciplina tan bella realmente merece. Pero hay algo en la manera de abordar la creación de algo plástico (y físico) que enciende una serie de conexiones neuronales que, de verdad, creo que me ayudan a interpretar, enfocar, resolver y ejecutar de una forma única. Y me ocurre que la distancia entre ese modelo de relación con el papel y el que plantea un prompt me inquieta en ocasiones.

Esta distancia entre el proceso creativo tradicional y el actual modelo digital no es una consecuencia directa del mundo de la IA (que seguro esconde muchas fantasías ocultas que se irán descifrando), pero sí forma parte de un patrón que llevo tiempo observando y viviendo en el prolífico y cambiante campo de la evolución digital. Un poso de practicidad y estandarización que, sin duda, es útil, y que nos ha llegado de la mano de las metodologías de diseño de producto, los sistemas de diseño, el behavioral design, la IA generativa… y los que vendrán.

Agradezco la muy repetida bondad de la IA en lo relativo a la automatización de tareas menores, pero aborrezco que el 90 % de lo expuesto a nivel creativo sea, en realidad, lo contrario de creativo. Me pesa que todo tenga un lejano tufo a algoritmo, a ostentación de lo digital, a algo plasticoso y estereotipado. Ojo, que hay un porcentaje que de verdad es tremenda fantasía. Pero es desalentador asistir a un evento donde una campaña creativa para una marca de automoción generada por IA resulta indistinguible de otra vista hace apenas diez días, en otro evento del sector.

Más allá de la IA (herramienta que abrazo, investigo y que sinceramente me parece útil), siento que este efecto es algo endémico de los últimos años en el sector. Percibo que hemos pasado del perfil del ‘hombre renacentista’, ducho en varias artes, curioso por naturaleza y cuyas pasiones artísticas se retroalimentaban para dar lugar a genialidades, a una microespecialización tan marcada que, para diseñar, ya no hace falta visión artística, ni referencias culturales de otras disciplinas, ni curiosidad por iconos del diseño o escuelas clásicas, ni hambre por hacer cosas distintas.

Y de verdad creo que parte de este problema comenzó cuando se elevó a la categoría de moda el diseño digital o de producto, o las disciplinas de UX/UI, como queramos llamarlas. Llegó el boom, como ahora ocurre con la IA, y empezamos a encontrar cursos de UX/UI hasta en las cajas de cereales. Y, con ello, diseñadores que sin datos no tiran un layout visual ni aunque les paguen, service designers con metodologías escritas en piedra, o gurús del diseño de botones y checklists… ese nuevo arte de la era digital. Y, de nuevo, muy útil para nuestro día a día entre interfaces, pero también, a mi parecer, muy tóxico para la verdadera evolución del diseño, del talento y para el aporte de valor a proyectos y marcas.

Lejos de ser esto una crítica a la IA, al diseño estratégico o a cualquier disciplina digital con la que convivo en mi trabajo (y estando lejos de ser un alegato romántico por el ‘equilibrio entre lo humano y lo tecnológico’), esta pretende ser una muy sencilla reflexión sobre cómo entiendo el proceso creativo y cómo valoro y admiro a quienes, diseñando con tecnología, siguen siendo amantes del arte, la música, los formatos audiovisuales y un sinfín de inspiraciones que aplican en su trabajo y que los convierten en auténticos genios en los tiempos que nos ha tocado vivir. Si se cruzan con alguno en el camino, lo notarán. Son los que hacen que todo parezca, de verdad, único.
Que nunca nos falte el arte.

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Publicado por

Zahira Tomasi

Creative Director & Head of Boost by Stratesys